Las cumbres nevadas del cordón del Chapelco a lo lejos, abrazadas por nubes que se deshilachan hacia las cúspides. Laderas tapizadas de pinares que siguen reproduciéndose sin límites hacia la ruta, por detrás de esas pintorescas casitas de techos de dos aguas, con madera y piedra como regla arquitectónica. Abajo, el azul del Lácar donde se menean las pequeñas embarcaciones privadas y los catamaranes turísticos, junto al puerto.
San Martín de los Andes vive su invierno relajado pero activo, pronto lo sabremos. Allí hay una energía inédita, una que tumba al viajero, lo coloca patitas arriba y le obliga a despojarse de cualquier estrés; luego le muestra su encanto. “Sabemos perfectamente, al mirar a los turistas, si es su primer día de viaje o el cuarto” nos dicen.
“Arrancan con velocidad, ansiosos y de pronto se dan cuenta de que están desubicados, que por aquí la cosa es sin apuros” prosiguen. “La estadía se paladea, como los vinos patagónicos, los frutos rojos o los ahumados”, afirman. También comprobamos que los despertares tienen un efecto decisivo en la fórmula del “pueblo”, como lo llaman, las aves que permanecieron por aquí durante los meses fríos, lo cantan.
Un refugio en la montaña
En franco ascenso la camioneta se hace paso entre los rústicos caminos de ripio. La vegetación nativa va a ritmo -maitenes, radares, coihues en galería, ñires, los líquenes Barba del diablo que cuelgan de las copas como para certificar la pureza del aire y las lengas que marcan la altura de la travesía-. Entramos por Valle Escondido hasta Mira Lejos, dos emprendimientos inmobiliarios de lujo, situados en la espesura de la vegetación que, aunque desnuda por estos tiempos, no deja de marcar su terreno. Más arriba el cartel anuncia Miramás. Un Unimog acondicionado para el invierno es el encargado de esperar y subir a los viajeros hacia el refugio, cuando la nieve no deja avanzar. La aventura se presiente.
La nevada dejó un manto blanco y la posibilidad de hacer una caminata con raquetas. Nicolás, guía con la pasión de los que conocen la montaña, relata historias, describe la flora y habla de la fauna oculta, agazapada ante la invasión de los extraños. Abajo la ciudad parece un espejismo, junto al espejo que seguro le dice que es la más bella.
En los días de intensa claridad desde aquí pueden verse las pistas del centro de esquí y hasta la región de volcanes del otro lado de la frontera. Es un entorno para la contemplación, para absorber la naturaleza y agradecerla, pero los anfitriones desafían con el canopy, porque la acción no cesa en las alturas. Un largo cable entre las copas de los árboles, en 7 tramos, la propuesta que llevará por encima del blanco y de todo, como súper héroes patagónicos. También hay esquí y snowboard para principiantes, culipatín o gomones para lanzarse por la helada alfombra, todo diversión garantizada.
En el refugio de Miramás espera Celia y Matías, encargados de la gastronomía. La enorme chimenea desde el centro (de cara a los ventanales y a las rústicas poltronas de madera y almohadones de tejidos mapuches) escrita en tiza, reza el menú del día: ravioles caseros; patata caleuche (gratinada con quesos) o guiso de lentejas. La entrada es una tabla de ahumados y escabeches hechos en casa ($ 65).
También hay Nesquik. Todo se prepara acá, en un ambiente festivo, porque en este cerro no hay nada que sea obligado o estructurado, más bien fluye. Cuando el visitante regresa de las actividades, el calor de los leños y la mesa lista, un vino o una cerveza y una charla que se prolonga de puertas adentro, entrañable, mientras la inmensidad de los Andes se apresura por los cristales.
Por la ciudad
La villa que se agolpa contra el lago y se resguarda en la cordillera coquetea con sus edificaciones bajas, de rocas y troncos, siguiendo una estética montañesa impecable. Aún perviven algunas edificaciones de los primeros colonos, de techos de chapa y corte de cuento, pero esta urbe no se detiene en el pasado, está en constante movimiento y se aggiorna a los tiempos modernos. Allí cabañas, hoteles de todas las categorías y excelentes servicios de gastronomía, atraen a viajeros de todas las latitudes, en estos meses con nieve, en los próximos con pesca y playas también.
La feria artesanal de la plaza San Martín; la chocolatería Mamusia con sus 40 años en la misma esquina, brindando el mejor sabor en bombones, rama y barras; el Red Bus, un auténtico micro londinense de dos pisos, que ahora recorre las calles sureñas; las casas de ahumados y de dulces caseros de frutos rojos y rosa mosqueta, particularmente; el Museo La Pastera que recuerda el paso del Che Guevara por estos lares, cuando tan sólo era un joven médico argentino, apenas un muestreo de las calles.
Los paseos hacia las playas de Quila Quina y Catritre, donde la naturaleza se muestra destellante, los circuitos de Arrayanes y los paseos embarcados por el Lácar, el increíble trayecto de 7 Lagos, tan sólo algunos de los ítems para agendar. Les advertí que ésta no es sólo una villa bonita.
Soñar despierto
Lo bueno de hospedarse a 18 kilómetros de la ciudad es recorrer a diario la ruta que nos separa de ella para deleitarnos con las diversas luces sobre los cerros. Además, claro, de dejarse acariciar por los servicios de un cinco estrellas y su Spa, inserto en un campo de golf de 18 hoyos, en medio de la vegetación autóctona, con enormes ventanales, siempre de cara a la cordillera. Allí una mendocina, Julia Calderón, gerente del Loi Suite, nos acerca a la identidad de la ciudad, a su modo de vida.
Ella llegó seducida por una oportunidad de crecimiento profesional debido a que éste es un lugar que está en pleno crecimiento. Pero pronto se sintió más atraída por la tranquilidad incomparable, por ese diseño citadino que posibilita disfrutar de lo natural, aun estando en pleno centro, nos dice. Al ver este hermoso perímetro de 250 hectáreas en el que se aposta el alojamiento y el Chapelco Golf & Resort, incluyendo bosques, montañas y arroyos, es fácil comprenderla.
Buena mesa
En los últimos tiempos San Martín de los Andes está haciendo mella en la gastronomía neuquina de la mano de varios chef que alguna vez llegaron de vacaciones y que, como tantos otros argentinos, se vieron encantados por la energía del pueblo, su lago y su volcán. Así, una nutrida propuesta de restaurantes de excelente nivel se sumaron a los de siempre, resultando una grilla para degustar.
Un buen ejemplo es Caleuche situado en el hermoso complejo de montaña Paihuén, frente al espejo de agua. Allí Martín García resalta la cocina argentina, en exquisitas combinaciones en las que destaca los productos de estación y los que dan identidad a esta zona patagónica. Por tanto la trucha, el chivo neuquino, el ciervo y los piñones, están presentes. Lomo de ciervo envuelto en Lámina de Pimiento con Papines Andinos un plato que deben probar.
Si no está en la carta del momento exíjanlo, sé lo que les digo. Entre los emblemáticos las Lentejas con toques Patagónicos ( cordero Confitado); el Goulash de ciervo con spatzle, Ravioles de Trucha con Crema de Brócoli y para el postre algo calórico para matar el frío, Volcán de Chocolate, el bavaroise de Mandarina o el Crumble de Peras del chañar con Salsa inglesa de Cardamomo. Realmente, impecable, pero no es el único. Hay más locales imprescindibles en cualquier visita.
Cuando el blanco manda
Aún con el frío instalado y el blanco poblando las cimas, la convocatoria a los turistas también las tienen las tablas. Allí Chapelco, con sus 25 pistas con buenas pendientes en 140 hectáreas de superficie esquiable, es el elegido. El cerro, como cada año, es visitado por los amantes del deporte blanco y por muchos famosos que lucen sus equipos de moda para las revistas nacionales.
Los unos y los otros se fascinan con las posibilidades de entretención que brinda el complejo y luego se dejan arrastrar por la ciudad que, a 20 km, espera para el mejor after ski del invierno, con decenas de bares, cervezas locales, los mejores ahumados y una infinidad de opciones para pasarla bien, envueltos por esa energía que coloca al viajero de patitas para arriba, le saca el estrés para rebalsarlo con su encanto.